Atardecer en el norte del país. Estelí, Nicaragua

martes, 18 de diciembre de 2012

A bordo de las putas en Managua


Con el ocaso de la tarde a mi espalda y la noche que se encontraba a unos cuantos minutos se me vinieron muchas ideas a mi cabeza para una seductora noche de domingo en la capital. Las luces ya alumbraban las calles, y la oscuridad llenaba los vacíos sobre la ciudad y los carros se aumentaban en el tráfico. Al pasar unas horas ya nos preparábamos: dos primos y yo, para ir a bordo de las putas de Managua.

Me acuerdo que hace como cinco años, en el día de mi cumpleaños, me fui a dar una vuelta con unos amigos por el Hospital Militar, a ver a las putas que se mantenía por ahí. Uno de ellos dijo que me iba a pagar una, desde luego que tuve miedo y dije que no. En fin, sólo pasamos viéndolas y nada más. Era sólo un niño. Me acordé  y ahora que ya pasó ese tiempo quiero saber qué ha cambiado en eso.

Antes de ir a visitar a las putas, queríamos pasar por un bar tomándonos unas cervezas técnicas y hablar sobre lo que podría pasar. Clásico, el juego de papel y tijera iba a servir para ver cuáles de nosotros tendría sexo con una de las putas. Tomamos una, dos, tres rondas de cervezas bien heladas para refrescar un poco la garganta. Luego, quedamos de acuerdo, y digo: ¡piedra, papel o tijera!
Sacamos las manos desde atrás con cautela, y se presentó lo siguiente:
-          Saúl: tijera.
-          Yo: piedra.

La risa me revoleteaba en el rostro. Jonathan –mi otro primo- saltó de emoción, frotándose ambas manos celebraba el gozo. Y con una risa congelada se quedó Saúl. Después lo animamos y nos fuimos a nuestra noche en busca de sexo y una anécdota que contar.

Saúl manejaba lento y su cara llevaba un gesto atónito. Puse música a todo volumen para que nos relajáramos un poco y se animara la situación.

 Vimos un grupo como de 6 jovencitas en la esquina, cerca del bar El Caramanchel. Nos orillamos a la acera. De inmediato se acercó una de ellas. Vestía mini falda negra y una blusa amarilla dejando ver el arete que colgaba de su ombligo. El tatuaje en su cuello llamó mi atención. Se Lo observé detenidamente, - tenía medio cuerpo dentro de la ventana del vehículo-  miraba una flor mal dibujada con espinas.  Al parecer  se lo hizo hace mucho, porque se notaba algo desgastado.  Se nos aventó y dijo:
-       
           ¿Cómo están mis amores?  Con una gran sonrisa expresiva.
-          Bien y vos amor. ¿Cómo estás hoy? Le dice Jonathan desde el asiento de atrás.
-          ¿Cuánto vale mi reyna? Le digo en voz baja.
-          200 para vos amor.
Saúl no estaba tan decidido con esa muchacha, al parecer no le agrado física y sexualmente. Así que la despedimos y seguimos de camino. Carretera a Masaya era la odisea.
Cuando pasamos la Plaza de la Victorias, todos sentimos una ligera emoción. Saúl iba a tener sexo, Jonathan quizás se animaba luego, y yo simplemente quería estar a bordo de lo que pasara. Me habían contado unos amigos que pasaron por aquí hace unos meses, que el contacto físico aquí es desorbitado, - me advirtieron por supuesto-  algunas seden  si la confianza te la has ganado. Creo que era un buen concepto para mí.

Pasamos una cuadra antes del Casino Pharaohs y no había ninguna. Eran las 9 y media de la noche, seguro llegaban más tarde. Seguimos siempre recto, en dirección de otro sector que también se mantienen. En una esquina, una o cuadra y media hacia el lago, de donde está el gran reloj del Banco LAFISE, miramos a un grupo de mujeres. Saúl dio la vuelta e íbamos para donde ellas.

Observamos vestidos con estampado y otros muy cortos. Ellas se hormiguean al ver que viene cliente en vehículo. Nos acercamos. Apagamos la camioneta, bajamos y nos dirigimos a la colmena de putas.

Estaba una muy particular: delgada, blanca, vestido corto, escote en su espalda, sus largas piernas estaban enfundadas en medias de malla hasta la mitad de sus muslos, y con los casi doce  centímetros de sus tacones la hacían ver como de 2 metros. Su pequeño y redondo trasero se marcaba con fidelidad en la ajustada tela del vestido como si no llevara nada más. Su cartera del tamaño de su antebrazo. Sus labios brillaban de color rojo. Pelo liso con unos mechones rubios y lencería a juego. Al parecer era la puta más rica de todas.
Las demás se defendían muy bien. Usaban carteras del color de sus vestidos y tacones no muy altos. Eran bajas, morenas y con un cuerpo sexualmente estable.

Estaban cinco mujeres en esa esquina. Atrás de ellas había un local con poca iluminación y unos cuantos arbustos medianos que lo rodeaban. Esa calle conducía -mano derecha- hacia casas o módulos que a esas horas no existía ni una sola alma. Aparte de algunos cuidadores nocturno que rondaban la zona.

Estando frente a todas ellas yo sólo miraba a la mujer de las piernas largas. Saúl se le acercó a otra y Jonathan se recostó a la camioneta a fumarse un cigarro.
Saúl murmuraba con la mujer apartado de nosotros y le pasaba la mano por los brazos hasta las caderas. Me le acerqué poco nervioso a la mujer de las piernas enfundadas. Se puso de pie antes que llegara y se presentó:
-          ¿Qué tal? Soy Isabella.
-          Mucho gusto Marvin.
Me sonrió, me halo del brazo y  me alejó de los demás. Se puso algo agitada y me pregunto que si el muchacho - Saúl- iba a tener algo con la mujer. Le aclaré que era posible que la eligiera a ella, por los varios minutos que estaban hablando. Después de eso se calmó y me dijo:
-          Es que... espero a alguien. Un buen cliente en unas horas viene y no quiero tener nada para que le digás.
-          Sí, sí, tranquila no te preocupes, nosotros lo andamos acompañando. Además esa mujer será la que va a elegir parece.

Nos devolvimos al grupo. Miré que Jonathan  estaba platicando con otra. Él y yo no íbamos a tener sexo. La apuesta no se podía romper. Sexo no, pero no dijimos nada de contacto físico, se nos olvidó ese detalle, o sea, que era válido si llegase la oportunidad.

Saúl nos llama a los dos por aparte. Sonriente dice: “¡Ya amarré! Creo que voy a ocupar la camioneta, pero no me voy a ir largo, sólo voy a girar y avanzar un poquito a lo oscuro de retroceso”.  Esa opción fue buena, porque quería contar una anécdota de alguna de estas mujeres. Ya la mitad de la apuesta estaba en juego.

Encendió la camioneta, la mujer se montó para su faena y se estaban yendo de retroceso. Se quedaron sólo a unos cuantos metros de donde estábamos. Buscando oscuridad como los gatos.

Le dije a Jonathan que nos sentáramos a esperar con ellas. Una de ella le pidió un cigarro a Jonathan, se lo dio, el también encendió uno, y se quedó a lado de ella platicando. La mujer de las piernas largas estaba hablando por celular después de la esquina. Me acerqué un poco y me senté algo distante. Terminó de colgar y escuchaba sus tacones acercándose a mí. Volteé a verla y me dijo con la cara algo afligida:
-          Va a venir más tarde. Ni modo voy a esperarlo más tiempo.

-          ¿Hasta que hora te vas de aquí? Le pregunte, evadiendo la respuesta anterior.
-          En la madrugada. Bueno depende, si esta bueno hasta amanezco. Terminó con una pequeña sonrisa.
-          ¿De verdad te llamas Isabella? - me había señalado antes que era con doble “l”-.
-          Bueno...  la verdad no digo mi nombre de pila. Siempre lo he ocultado, ni las demás lo saben, mucho menos los clientes.

-          Sólo era curiosidad. ¿Te mirás joven y guapa por qué estás aquí? Intentaba armar la historia, aunque ella parecía ilusa, simplemente tenía curiosidad.

-          Bueno... -encendió un cigarro- te voy a contar pues.  Te mirás un muchachito tranquilo.
Isabella antes de venir a trabajar de puta, cursaba el 3 año de contabilidad, pero siempre fue más distraída por las escapadas de sus compañeros que con las clases. Sus padres viven bien, no había necesidad por la cual trabajara. En muchas de sus fiestas y llegadas tardísimas en la madrugada, Isabella tuvo sexo con un amigo de un amigo, porque simplemente se emborracharon, se gustaron y además estaban solos en un cuarto. Al tiempo se hicieron novios, pero el muchacho no era nada fiel y se dejaron. Ya no seguía estudiando, sólo se iba por las noches a vagar y sus padres pensaban que estaba en clases. Se hartó de que le reclamaran sus llegadas hasta la madrugada y decidió irse a vivir donde una prima que alquilaba un cuarto algo grande.
-          ¿No te dio miedo que tan chavala y aún mantenida te fueras de tu casa?
-Para nada- dice. Fue como una salida que necesitaba. En la casa de mi prima, había una muchacha que llegaba siempre a buscarla o pedirle prestado maquillaje o collares. Mi prima me dijo que era una puta. Pero ella nada que ver, sólo le prestaba cosas, hasta se las regalaba a veces. En una de esas, llega y no está mi prima y quiere un lápiz labial en rojo, se lo doy y le pregunté que dónde iba después del miércoles todas las noches y ella me contestó: ¡A trabajar niña! ¡Necesito riales! Le regalé la pintura y se fue. Pero me quedé pensando muchas cosas después de oír eso.

Isabella lleva 4 años de trabajar en eso y dice que por su cuerpo y habilidad ha ganado más dinero que la quincena de su padre. Lo que Isabella quería era un poco de dinero, - su padre aún le llegaba a dejar- porque me dijo que ella lo que descubrió es que simplemente le gusta el sexo y lo disfruta mas que nunca siendo una puta.
-          ¿Sólo por sexo y un poco de dinero estás aquí?
-          Sí, no sé, es raro porque las demás están aquí por eso, pero a mí me encanta, eso lo siento cuando vengo aquí, y nada, simplemente me gusta y ya.
Cuando escuché eso me pareció algo curioso y en ése mismo momento me llenó de intrigas y muchas cosas más. No todas las putas de Managua se desvelan por eso. Madrugan porque ese es su trabajo y necesitan dinero. Pero Isabella está por una necesidad normal del ser humano. Por sexo nada más. 

Ahora ya no vive con su prima. Alquila su propio apartamento, se ha conseguido un buen amante  -como lo describe ella- que le da muchas cosas y desde luego unos buenos minutos fogosos. Ella espera que su familia no la descubra, porque se va a sentir mal. Su prima sabe todo y también es cómplice de varios actos sexuales que ocurrieron en su cuarto. 

De pronto Jonathan nos interrumpe con una risa súper exagerada. Aplaudía y hasta se le salieron las lágrimas -miré cómo se las secaba-, seguro la acompañante le estaba diciendo sus trucos sexuales.
Pero bueno, seguimos la conversación. En eso miré alrededor y la camioneta ya estaba en movimiento. Saúl estaba degustando la apuesta. Sonreí, le señalé a Jonathan y extendió el gesto con el pulgar arriba.
Luego de unos minutos, no sé ni con qué pretexto me fui con Isabella al jardín de una casa justo en frente de la camioneta. Estaba algo oscuro y nos quedamos cubiertos por un árbol.

Isabella empezó a apretar mi cuerpo con el suyo. De inmediato atraje sus caderas a las mías, mientras me entregaba a su aroma de vainilla en su cuello. En ese momento quedó un poco sorprendida con sus ojos resaltados. Porque en el roce, se dio cuenta que mi sexo estaba erguido y más me atrajo a la hendidura de su entrepierna. “Que rico se siente” me susurró y mi falo creció aún más. Bajé mi mano por su espalada hasta tocar completamente sus redondas nalgas, no sé de donde saqué fuerza y me la empotré por encima de mi ropa, recostándola con ayuda del árbol. Hacía movimientos pélvicos muy suaves. Acariciaba y medía con mi mano sus senos y logré sentir su pezón al límite.

Por encima de su hombro miré hacia la camioneta –tuvieron la puerta de atrás del vehículo abierta- como Saúl estaba en pleno acto sexual: posición del perrito. Pasaba mi mano por su cabello, mientras me lamía las orejas y el cuello. Acaricié sus glúteos con más ganas. Luego, se bajó y cambió de postura mirando hacia la camioneta.

Agarró mis manos y me pegó a su cuerpo mientras danzaba lento, restregándose deliciosamente sobre mí.
Desde la esquina, Jonathan y las mujeres observaban la escena a como se lograba ver. Ya los había notado, pero no me importó demasiado. Se escucharon dos silbatazos de un pito, el tercero fue enfrente de nosotros, pasaba un cuidador y se lanzó la escena pedal por pedal.

Su espalda se arqueó, todo mi cuerpo se estremecía. Se me acercó al oído diciéndome que sentía todo mi deseo contenido y que se sentía muy bien. Llevó su mano por detrás tocándome toda mi excitación. Acariciaba su pierna muy suave hasta que llegué a sentir la curva de su glúteo. Dejó de tocarme se volteó y me dijo. “Para tocar más tenés que pagar más muchachito”. Me dio tos, porque sentí que se me cortó la respiración en ese momento. Sonreímos y le dije que no había problema. Acomodando el cuello de mi camisa agregó. “Pero hoy no, porque la verdad no puedo”

Saúl salió por la puerta de atrás de la camioneta acomodándose el pantalón y la camisa. La cerró y nos vio sorprendido, mientras la mujer salió por la puerta del copiloto arreglándose el pelo.

Isabella me dijo que nos fuéramos de regreso al grupo. La función ya había terminado. Saúl se quedó atrás pagándole a la mujer mientras las otras mujeres nos decían. “Ajá, ajá. Estaban calladitos”, se soltaban en carcajadas con aplausos.

Saúl se acercó con la camioneta y nos preguntó que si nos íbamos. Jonathan se despidió de la mujer con la que habló todo el rato. Isabella me estiró el brazo y en la mano iba un papel. Cuando lo sentí cerré el puño y disimuladamente me lo metí en la bolsa, me despedí de todas y subí a la camioneta.
Saliendo de las putas, Jonathan comenzó a molestar a Saúl preguntando que cómo le había ido. Les dije que volviéramos al bar por otras rondas de cervezas para platicar más tranquilos.