Con el ocaso de la tarde a mi espalda y la
noche que se encontraba a unos cuantos minutos se me vinieron muchas ideas a
mi cabeza para una seductora noche de domingo en la capital. Las luces ya
alumbraban las calles, y la oscuridad llenaba los vacíos sobre la ciudad y los
carros se aumentaban en el tráfico. Al pasar unas horas ya nos preparábamos:
dos primos y yo, para ir a bordo de las putas de Managua.
Me acuerdo que hace como cinco años, en el
día de mi cumpleaños, me fui a dar una vuelta con unos amigos por el Hospital
Militar, a ver a las putas que se mantenía por ahí. Uno de ellos dijo que me
iba a pagar una, desde luego que tuve miedo y dije que no. En fin, sólo pasamos
viéndolas y nada más. Era sólo un niño. Me acordé y ahora que ya pasó ese tiempo quiero saber
qué ha cambiado en eso.
Antes de ir a visitar a las putas,
queríamos pasar por un bar tomándonos unas cervezas técnicas y hablar sobre lo
que podría pasar. Clásico, el juego de papel y tijera iba a servir para ver
cuáles de nosotros tendría sexo con una de las putas. Tomamos una, dos, tres
rondas de cervezas bien heladas para refrescar un poco la garganta. Luego,
quedamos de acuerdo, y digo: ¡piedra, papel o tijera!
Sacamos las manos desde atrás con cautela,
y se presentó lo siguiente:
-
Saúl: tijera.
-
Yo: piedra.
La risa me revoleteaba en el rostro.
Jonathan –mi otro primo- saltó de emoción, frotándose ambas manos celebraba el gozo.
Y con una risa congelada se quedó Saúl. Después lo animamos y nos fuimos a
nuestra noche en busca de sexo y una anécdota que contar.
Saúl manejaba lento y su cara llevaba un
gesto atónito. Puse música a todo volumen para que nos relajáramos un poco y se
animara la situación.
Vimos un grupo como de 6 jovencitas en la
esquina, cerca del bar El Caramanchel. Nos orillamos a la acera. De inmediato
se acercó una de ellas. Vestía mini falda negra y una blusa amarilla dejando
ver el arete que colgaba de su ombligo. El tatuaje en su cuello llamó mi atención.
Se Lo observé detenidamente, - tenía medio cuerpo dentro de la ventana del
vehículo- miraba una flor mal dibujada con espinas. Al parecer
se lo hizo hace mucho, porque se notaba algo desgastado. Se nos
aventó y dijo:
-
¿Cómo están
mis amores? Con una gran sonrisa expresiva.
-
Bien y vos
amor. ¿Cómo estás hoy? Le dice Jonathan desde el asiento de atrás.
-
¿Cuánto vale
mi reyna? Le digo en voz baja.
-
200 para vos
amor.
Saúl no estaba tan decidido con esa
muchacha, al parecer no le agrado física y sexualmente. Así que la despedimos y
seguimos de camino. Carretera a Masaya era la odisea.
Cuando pasamos la Plaza de la Victorias,
todos sentimos una ligera emoción. Saúl iba a tener sexo, Jonathan quizás se
animaba luego, y yo simplemente quería estar a bordo de lo que pasara. Me
habían contado unos amigos que pasaron por aquí hace unos meses, que el
contacto físico aquí es desorbitado, - me advirtieron por supuesto-
algunas seden si la confianza te la has ganado. Creo que era un
buen concepto para mí.
Pasamos una cuadra antes del Casino
Pharaohs y no había ninguna. Eran las 9 y media de la noche, seguro llegaban
más tarde. Seguimos siempre recto, en dirección de otro sector que también se
mantienen. En una esquina, una o cuadra y media hacia el lago, de donde está el
gran reloj del Banco LAFISE, miramos a un grupo de mujeres. Saúl dio la vuelta
e íbamos para donde ellas.
Observamos vestidos con estampado y otros
muy cortos. Ellas se hormiguean al ver que viene cliente en vehículo. Nos
acercamos. Apagamos la camioneta, bajamos y nos dirigimos a la colmena de putas.
Estaba una muy particular: delgada,
blanca, vestido corto, escote en su espalda, sus largas piernas estaban
enfundadas en medias de malla hasta la mitad de sus muslos, y con los casi doce
centímetros de sus tacones la hacían ver como de 2 metros. Su pequeño y
redondo trasero se marcaba con fidelidad en la ajustada tela del vestido como
si no llevara nada más. Su cartera del tamaño de su antebrazo. Sus labios
brillaban de color rojo. Pelo liso con unos mechones rubios y lencería a juego.
Al parecer era la puta más rica de todas.
Las demás se defendían muy bien. Usaban
carteras del color de sus vestidos y tacones no muy altos. Eran bajas, morenas
y con un cuerpo sexualmente estable.
Estaban cinco mujeres en esa esquina.
Atrás de ellas había un local con poca iluminación y unos cuantos arbustos
medianos que lo rodeaban. Esa calle conducía -mano derecha- hacia casas o
módulos que a esas horas no existía ni una sola alma. Aparte de algunos
cuidadores nocturno que rondaban la zona.
Estando frente a todas ellas yo sólo
miraba a la mujer de las piernas largas. Saúl se le acercó a otra y Jonathan se
recostó a la camioneta a fumarse un cigarro.
Saúl murmuraba con la mujer apartado de
nosotros y le pasaba la mano por los brazos hasta las caderas. Me le acerqué
poco nervioso a la mujer de las piernas enfundadas. Se puso de pie antes que
llegara y se presentó:
-
¿Qué tal? Soy
Isabella.
-
Mucho gusto
Marvin.
Me sonrió, me halo del brazo y me
alejó de los demás. Se puso algo agitada y me pregunto que si el muchacho -
Saúl- iba a tener algo con la mujer. Le aclaré que era posible que la eligiera
a ella, por los varios minutos que estaban hablando. Después de eso se calmó y
me dijo:
-
Es que...
espero a alguien. Un buen cliente en unas horas viene y no quiero tener nada
para que le digás.
-
Sí, sí,
tranquila no te preocupes, nosotros lo andamos acompañando. Además esa mujer
será la que va a elegir parece.
Nos devolvimos al grupo. Miré que Jonathan
estaba platicando con otra. Él y yo no íbamos a tener sexo. La apuesta no
se podía romper. Sexo no, pero no dijimos nada de contacto físico, se nos
olvidó ese detalle, o sea, que era válido si llegase la oportunidad.
Saúl nos llama a los dos por aparte.
Sonriente dice: “¡Ya amarré! Creo que voy a ocupar la camioneta, pero no me voy
a ir largo, sólo voy a girar y avanzar un poquito a lo oscuro de retroceso”.
Esa opción fue buena, porque quería contar una anécdota de alguna de
estas mujeres. Ya la mitad de la apuesta estaba en juego.
Encendió la camioneta, la mujer se montó
para su faena y se estaban yendo de retroceso. Se quedaron sólo a unos cuantos
metros de donde estábamos. Buscando oscuridad como los gatos.
Le dije a Jonathan que nos sentáramos a
esperar con ellas. Una de ella le pidió un cigarro a Jonathan, se lo dio, el
también encendió uno, y se quedó a lado de ella platicando. La mujer de las
piernas largas estaba hablando por celular después de la esquina. Me acerqué un
poco y me senté algo distante. Terminó de colgar y escuchaba sus tacones
acercándose a mí. Volteé a verla y me dijo con la cara algo afligida:
-
Va a venir
más tarde. Ni modo voy a esperarlo más tiempo.
-
¿Hasta que
hora te vas de aquí? Le pregunte, evadiendo la respuesta anterior.
-
En la
madrugada. Bueno depende, si esta bueno hasta amanezco. Terminó con una pequeña
sonrisa.
-
¿De verdad te
llamas Isabella? - me había señalado antes que era con doble “l”-.
-
Bueno...
la verdad no digo mi nombre de pila. Siempre lo he ocultado, ni las demás
lo saben, mucho menos los clientes.
-
Sólo era
curiosidad. ¿Te mirás joven y guapa por qué estás aquí? Intentaba armar la
historia, aunque ella parecía ilusa, simplemente tenía curiosidad.
-
Bueno...
-encendió un cigarro- te voy a contar pues. Te mirás un muchachito
tranquilo.
Isabella antes de venir a trabajar de
puta, cursaba el 3 año de contabilidad, pero siempre fue más distraída por las
escapadas de sus compañeros que con las clases. Sus padres viven bien, no había
necesidad por la cual trabajara. En muchas de sus fiestas y llegadas tardísimas
en la madrugada, Isabella tuvo sexo con un amigo de un amigo, porque
simplemente se emborracharon, se gustaron y además estaban solos en un cuarto.
Al tiempo se hicieron novios, pero el muchacho no era nada fiel y se dejaron.
Ya no seguía estudiando, sólo se iba por las noches a vagar y sus padres
pensaban que estaba en clases. Se hartó de que le reclamaran sus llegadas hasta
la madrugada y decidió irse a vivir donde una prima que alquilaba un cuarto
algo grande.
-
¿No te dio
miedo que tan chavala y aún mantenida te fueras de tu casa?
-Para nada- dice. Fue como una salida que
necesitaba. En la casa de mi prima, había una muchacha que llegaba siempre a
buscarla o pedirle prestado maquillaje o collares. Mi prima me dijo que era una
puta. Pero ella nada que ver, sólo le prestaba cosas, hasta se las regalaba a
veces. En una de esas, llega y no está mi prima y quiere un lápiz labial en
rojo, se lo doy y le pregunté que dónde iba después del miércoles todas las
noches y ella me contestó: ¡A trabajar niña! ¡Necesito riales! Le regalé la
pintura y se fue. Pero me quedé pensando muchas cosas después de oír eso.
Isabella lleva 4 años de trabajar en eso y
dice que por su cuerpo y habilidad ha ganado más dinero que la quincena de su
padre. Lo que Isabella quería era un poco de dinero, - su padre aún le llegaba
a dejar- porque me dijo que ella lo que descubrió es que simplemente le gusta
el sexo y lo disfruta mas que nunca siendo una puta.
-
¿Sólo por
sexo y un poco de dinero estás aquí?
-
Sí, no sé, es
raro porque las demás están aquí por eso, pero a mí me encanta, eso lo siento
cuando vengo aquí, y nada, simplemente me gusta y ya.
Cuando
escuché eso me pareció algo curioso y en ése mismo momento me llenó de intrigas
y muchas cosas más. No todas las putas de Managua se desvelan por eso. Madrugan
porque ese es su trabajo y necesitan dinero. Pero Isabella está por una
necesidad normal del ser humano. Por sexo nada más.
Ahora ya no
vive con su prima. Alquila su propio apartamento, se ha conseguido un buen
amante -como lo describe ella- que le da muchas cosas y desde luego unos
buenos minutos fogosos. Ella espera que su familia no la descubra, porque se va
a sentir mal. Su prima sabe todo y también es cómplice de varios actos sexuales
que ocurrieron en su cuarto.
De pronto
Jonathan nos interrumpe con una risa súper exagerada. Aplaudía y hasta se le
salieron las lágrimas -miré cómo se las secaba-, seguro la acompañante le
estaba diciendo sus trucos sexuales.
Pero bueno,
seguimos la conversación. En eso miré alrededor y la camioneta ya estaba en
movimiento. Saúl estaba degustando la apuesta. Sonreí, le señalé a Jonathan y
extendió el gesto con el pulgar arriba.
Luego de unos
minutos, no sé ni con qué pretexto me fui con Isabella al jardín de una casa
justo en frente de la camioneta. Estaba algo oscuro y nos quedamos cubiertos
por un árbol.
Isabella empezó
a apretar mi cuerpo con el suyo. De inmediato atraje sus caderas a las mías,
mientras me entregaba a su aroma de vainilla en su cuello. En ese momento quedó
un poco sorprendida con sus ojos resaltados. Porque en el roce, se dio cuenta
que mi sexo estaba erguido y más me atrajo a la hendidura de su entrepierna.
“Que rico se siente” me susurró y mi falo creció aún más. Bajé mi mano por su
espalada hasta tocar completamente sus redondas nalgas, no sé de donde saqué
fuerza y me la empotré por encima de mi ropa, recostándola con ayuda del árbol.
Hacía movimientos pélvicos muy suaves. Acariciaba y medía con mi mano sus senos
y logré sentir su pezón al límite.
Por encima de
su hombro miré hacia la camioneta –tuvieron la puerta de atrás del vehículo
abierta- como Saúl estaba en pleno acto sexual: posición del perrito. Pasaba mi
mano por su cabello, mientras me lamía las orejas y el cuello. Acaricié sus glúteos
con más ganas. Luego, se bajó y cambió de postura mirando hacia la camioneta.
Agarró mis manos y me pegó a su cuerpo mientras danzaba lento, restregándose
deliciosamente sobre mí.
Desde la
esquina, Jonathan y las mujeres observaban la escena a como se lograba ver. Ya
los había notado, pero no me importó demasiado. Se escucharon dos silbatazos de
un pito, el tercero fue enfrente de nosotros, pasaba un cuidador y se lanzó la
escena pedal por pedal.
Su espalda se
arqueó, todo mi cuerpo se estremecía. Se me acercó al oído diciéndome que
sentía todo mi deseo contenido y que se sentía muy bien. Llevó su mano por
detrás tocándome toda mi excitación. Acariciaba su pierna muy suave hasta que
llegué a sentir la curva de su glúteo. Dejó de tocarme se volteó y me dijo.
“Para tocar más tenés que pagar más muchachito”. Me dio tos, porque sentí que
se me cortó la respiración en ese momento. Sonreímos y le dije que no había
problema. Acomodando el cuello de mi camisa agregó. “Pero hoy no, porque la
verdad no puedo”
Saúl salió
por la puerta de atrás de la camioneta acomodándose el pantalón y la camisa. La
cerró y nos vio sorprendido, mientras la mujer salió por la puerta del copiloto
arreglándose el pelo.
Isabella me
dijo que nos fuéramos de regreso al grupo. La función ya había terminado. Saúl
se quedó atrás pagándole a la mujer mientras las otras mujeres nos decían.
“Ajá, ajá. Estaban calladitos”, se soltaban en carcajadas con aplausos.
Saúl se
acercó con la camioneta y nos preguntó que si nos íbamos. Jonathan se despidió
de la mujer con la que habló todo el rato. Isabella me estiró el brazo y en la
mano iba un papel. Cuando lo sentí cerré el puño y disimuladamente me lo metí
en la bolsa, me despedí de todas y subí a la camioneta.
Saliendo de
las putas, Jonathan comenzó a molestar a Saúl preguntando que cómo le había
ido. Les dije que volviéramos al bar por otras rondas de cervezas para platicar
más tranquilos.